sexta-feira, 23 de março de 2012

CLASES DE AJEDREZ EN LA BIBLIOTECA

El ajedrez, en vías de promoción para convertirse en una asignatura más. Los chicos de primero de la E.S.O. han decidido ya dar el salto y dedicarse al juego en las horas de tutoría.


sexta-feira, 9 de março de 2012

LEYENDO A ULISES CABAL

      Esta semana se reunieron en la biblioteca los chicos de primero de la E.S.O. para la lectura común del libro "El misterio del colegio embrujado", de Ulises Cabal. Este es un personaje ficticio inventado por Carlos Puerto y en este libro recoge las andanzas de este individuo por un colegio mayor de Salamanca en el que ocurren extraños sucesos.

      Su autor, Carlos Puerto, es un veterano ampliamente reconocido en el mundo de la literatura infantil y juvenil, y no solo por sus libros, sino también por sus aportaciones a fenómenos televisivos como los Mundos de Yupi o Barrio Sésamo. Algo que une la generación de muchos profesores con las de sus alumnos, sin duda.

segunda-feira, 5 de março de 2012

EDITORIAL: LOS MAYAS Y EL FINAL DEL MUNDO

    
      Como cada cierto tiempo ocurre -sobre todo si hay crisis de por medio- las predicciones de grandes apocalipsis no faltan en ninguna cultura humana. Toca ahora el turno de la cultura maya, que nos asegura cómo el final del mundo ocurrirá este mismo año 2012. Una profecia más a la larga tradición de milenarismos y muertes súbitas por causas extrañas y disfrazadas ahora de explicaciones científicas. La obsesión es tal, que corremos más riesgo de morir atropellados al cruzar la calle por estar pensando en estas cuestiones que en ser alcanzados por un hipotético meteorito, tormenta solar o supervolcán que se entremete en el destino de los hombres. Pero poco importa: preferimos inventarnos fines extravagantes en lugar de mirar a la auténtica realidad.
       Y lo más curioso de todo es que los mayas tienen mucho que decirnos sobre el fin del mundo, pero no muy posiblemente sobre este 2012. Contrariamente a lo que puede pensar mucha gente, los mayas no fueron destruidos por los españoles. Sucumbieron ellos solitos, sin causas ajenas a su cultura: las claves de su éxito como civilización fueron también las del inicio de su rápido declive. La razón de este declive es algo que nos  debería preocupar hoy en día, pero que preferimos no mirar el problema a la cara: la incapacidad de afrontar un crecimiento basado en un desarrollo sostenible. La población maya creció sin cesar, destinando cuantiosos excedentes a una élite sacerdotal preocupada en estudiar las estrellas y en construir grandes pirámides de piedra destinadas a sus dioses. De pronto, sus tierras se agotaron: los suelos tropicales no suelen ser buenos compañeros de la agricultura.  Al acabar con sus recursos, las guerras civiles se sucedieron. La deforestación paulatina provocó un cambio climático de dimensiones regionales; un aumento de la temperatura estimado en seis grados y una sequía permanente que acabó por exterminar a las últimas ciudades supervivientes. Varios siglos antes de la llegada de los europeos, las ciudades mayas ya estaban en ruinas. Ellos no fueron los únicos: destinos parecidos sufrió otra gran civilización antigua como Sumeria. En el fondo, los mayas tenían razón: en su destino macabro está también grabado el nuestro. Y el tiempo para no acabar como ellos se está acortando dramáticamente.
        Durante siglos de evolución cultural, los hombres han ido separándose exitósamente de un medio hostil: la agricultura supuso un antes y un después en esa evolución. Después le acompañarían otras muchas revoluciones. Pero aquello que ocasiona un triunfo sin precedentes, suele ser también una trampa mortal. Nuestra capacidad de calcular consecuencias es limitada, y la incapacidad de discernir las consecuencias de nuestros actos para las generaciones futuras se convierten en nuestra derrota final. Estamos abriendo el hoyo de la sepultura de nuestros nietos sin ser capaces de hacer nada al respecto. La única esperanza frente a este panorama reside en una revolución tecnológica que cambie el orden de los acontecimientos. Pero la revolución "moral" que podría salvarnos se antoja imposible, porque  nuestros límites biológicos son claros al respecto, y preferimos sacrificar a las generaciones futuras antes de mantener un equilibrio precario que nos mantuviera en este mundo por más tiempo. El ser humano es así de poco evolucionado.